domingo
El amor es ciego y cobra pensión por discapacidad
jueves
Próceres on the rocks
Me mostró la etiqueta, José Cuervo reserva especial de la familia. ¡Bueno! esto es brandy y agregué: si se habla del desarrollo del espíritu humano, las personalidades más influyentes del siglo XX son Johnnie Walker, Smirnoff, los Bacardí y Jose Cuervo, oye, ¿No es curioso que no haya mujeres? y ella, hay una japonesa, ¡Banana Split! gritó con carcajada ebria, dejando escapar gotas de su boca, pero le dije, ¡No vale porque no tiene alcohol! y ella, pues nada más le echas un chorrito ¿no? o la zorra de Bloody Mary! y le dije, se nos olvida la más fácil, Margarita! y una dama importante, la viuda de Clicquot! entonces se levantpo y dijo, mira, escucha esto pero solo una, te lo juro, y puso a José Alfredo Jimenez.
Y recordé a Fernando Vallejo: Si México fuera el centro del mundo, José Alfredo sería música clásica.
Santiago Gamboa, Plegarias nocturnas
Infancia, ayer, hoy y siempre
Lo que me hace ser frágil es haber sido desdichado en mi infancia, dijo.
Recuerdo que lo miré en silencio y no dije nada, pero pensé: a mí lo que me hizo frágil fue lo contrario, haber sido feliz. ¿Y entonces? Luego Manuel se quedó pensando un momento y agregó: La vida, a fin de cuentas, siempre pasa una extraña factura.
Santiago Gamboa en Plegarias Nocturnas
Nuestro paso por la ciudad
Eduardo Lalo, Simone
Gente de vida ardiente
Seguramente es uno de esos charlatanes que van a la caza de oyentes, que necesitan de un auditorio; sin oyentes se marchitan, no saben vivir sin ellos. Se trata de personas dotadas de la singular naturaleza de los coparticipadores: incansables y siempre en estado de excitación, en cuanto ven u oyen algo en alguna parte, enseguida tienen que transmitirlo a otros; son incapaces de guardárselo ni por un momento. Esa pasión suya la consideran también su misión: ¡partir, llegar, enterarse y comunicar el hallazgo al mundo sin perder un segundo!
No abundan, sin embargo, naturalezas tan fervorosas.
Kapuscinski sobre Heródoto
Multilinguismo
No solo la lengua, para ser exactos. Pues desde el mismo comienzo empiezan a inventarse dioses. Cada tribu los suyos, únicos, insustituibles (...) ¿Por qué la humanidad debe vivir miles y miles de años antes de madurar la idea de un solo dios? ¿Acaso no debería ser la primera en surgir?
Es curioso que cada nuevo grupo no se plantee hacer una prospección del terreno, examinar la situación, escuchar la lengua en la que se comunica la gente: no, cuando aparece, lo hace con su propia lengua. Con su propia legión de dioses. Con su propio mundo deritos y costumbres. Enseguida marca y subraya su otredad […] Pero las personas tienen un aspecto parecido, todas son pobres y apáticas, sólo al escucharlas se acaba percibiendo que hablan lenguas diferentes.
Por el señor Kapuscinski en viajes con Heródoto
La banalidad del mal y la arquitectura
Cada vez que contempla uno ciudades, templos, palacios ya muertos se pregunta por la suerte que corrieron sus constructores. Por su dolor, sus columnas vertebrales rotas, por los ojos que saltaron de sus cuencas al recibir el impacto de una esquirla, por su reumatismo. Por su vida desgraciada. Su sufrimiento. Y entonce surge la siguiente pregunta: ¿podrían existir tamañas maravillas sin ese sufrimiento? ¿Sin el látigo del vigilante? ¿Sin ese miedo que anida en el esclavo? ¿Sin esa soberbia que anida en el soberano? En una palabra ¿no habrá sido el gran arte del pasado obra de lo que el hombre tiene de malo y negativo? Y al mismo tiempo, ¿no lo habrá creado su convicción de que lo negativo y lo débil que lleva dentro puede ser vencido sólo por lo bello, sólo por el esfuerzo y la voluntad de crearlo? ¿Y de que lo único que no cambia nunca es la forma de la belleza? ¿Y de la necesidad de ella que vive en nosotros?
Kapuscinski en Viajes con Heródoto
Las palabras y las cosas II
¡Qué ganas tenía de que mi vista se topara con una letra o una palabra conocidas, qué deseo de aferrarme a ellas, respirar con alivio, sentirme en casa, a mis anchas, pero en vano! Todo era ilegible, incomprensible, inescrutable. Aquello no dejaba de parecerse a lo que había vivido en la India. Tampoco allí me había abierto paso entre la espesura de los alfabetos hindúes que inundaban el país. Y si hubiera ido a otro lugar, ¿acaso no habría encontrado barreras semejantes? Y, hablando en términos mucho más generales, ¿de dónde ha salido toda esa alfabético-lingüística torre de Babel? ¿Cómo nace un alfabeto? Tiempo ha, en sus mismísimos comienzos, debió de haber partido de algún signo. Alguien dibujó un signo para recordar algo. O para transmitir ese algo a otros. O para conjurar un objeto o un territorio. Pero ¿por qué un mismo objeto lo representa la gente con signos del todo diferentes? El hombre, la montaña y el árbol tienen un aspecto muy parecido en el mundo entero y, sin embargo, cada alfabeto les asigna signos, símbolos y letras diferentes. ¿Por qué? ¿Por qué ese primer ser, primero en todas las culturas, al querer describir una flor tira una línea vertical, otro traza un círculo y el tercero, dos líneas y un cono? Y las decisiones en torno a todo esto, ¿se toman individual o colectivamente? ¿Se discuten antes? ¿Se debaten junto al fuego? ¿Se toman en un consejo familiar? ¿En una asamblea de la tribu? ¿Se pide consejo a los ancianos? ¿A los curanderos? ¿A los adivinos?
Viajes Con Herodoto por Ryszard Kapuscinski
El talento del mundo se va en albañilería
Cuán irracional! ¡ Cuán inútil!
Pero la muralla no sirve sólo para defenderse. Al tiempo que protege la amenaza que acecha desde el exterior permite controlar lo que sucede en el interior. Al fin y al cabo, en una muralla hay aberturas, puertas y verjas. O sea,, al vigilar estos lugares controlamos quién entra y quién sale, hacemos preguntas, comprobamos la validez de los salvoconductos, apuntamos nombres y apellidos, escrutamos los rostros, observamos, lo grabamos todo en la memoria. Así que la muralla es a la vez escudo y trampa, mampara y jaula."
Kapuscinski en Viajes con Heródoto (leanlo che!)
Medicina popular
precisión inflacionaria
Todos hablan de inflación. Siempre lo hacen. Pero esta vez a mi se me materializó ante mis ojos, ahora los yogures y quesos vienen con 2 y 4 pesos de descuento. Yo todavía tengo acumulados los de 25 y 50 centavos que no me hice el tiempo de ir a canjearlos hace un par de meses.
Cuánta soledad
te puede transmitir un libro flaquito. Más si te toca leerlo en las 13hs de encierro de un avión que no va a ningún lado a causa de la niebla. Mi debut en lectura puertorriqueña
lunes
La India, tan infinita
Y es que la India es infinitud. En todos los ámbitos de la vida: infinitud de dioses y mitos, de lenguas y creencias, de razas y culturas, de todo y en todas partes. Se mire donde se mire, se piense en lo que se piense, se nos echa encima esa omnipresente infinitud que acaba poniéndonos la cabeza como un bombo.
Al mismo tiempo, el instinto me decía que todo lo veía a mi alrededor no era más que signos, imagenes y símbolos externos tras los cuales se ocultaba un vasto y rico mundo de creencias, ideas y representaciones del que nada sabía. A la vez me preguntaba si me era inasequible tan sólo porque carecía de conocimientos teóricos , aquellos que se encuentran en los libros, o tal vez también debido a un motivo más profundo, a saber: porque mi razón estaba demasiado impregnada de racionalismo y materialismo para poder explorar y
comprender una cultura tan llena de espiritualidad y metafísica como el hinduismo.
Ryszard Kapuściński, Viajes con Heródoto
Las palabras y las cosas
Mientras deambulaba por la ciudad, me apuntaba inscripciones de los rótulos, nombres de productos expuestos en las tiendas, palabras oídas en las paradas del autobús. En los cines tomé notas, a oscuras, casi a tientas, de palabra que aparecían en la pantalla, y copié eslóganes de las pancartas cuando me topaba con alguna manifestación. Fui penetrando en la India no a través de imágenes, sonidos y olores, sino a través de la lengua, que, además, ni siquiera era el vernáculo hindi, sino una lengua extranjera, impuesta, pero que, aun así, estaba tan arraigada en el suelo indio que se identificaba con el país y, para mí, se había convertido en una clave imprescindible. Mi lucha por la India fue, en su primer asalto, una batalla con la lengua. Comprendí que cada mundo entrañaba un misterio y que el acceso al mismo sólo lo podía facilitar una lengua. Sin conocerla, ese mundo permanecería para nosotros insondable e incomprensible, por más años que pasásemos en su interior. Más aún: descubrí una relación entre tener nombre y existir, pues cada vez que volvía al hotel me daba cuenta de que en la ciudad había visto tan sólo lo que sabía nombrar; por ejemplo, recordaba una acacia pero no el árbol que crecía junto a ella, porque desconocía su nombre. En una palabra, descubrí que cuanto más vocabulario atesorase, más pronto -y más rico en su inabarcable diversidad- se abriría ante mí el mundo.
Ryszard Kapuściński, Viajes con Heródoto
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