jueves

Las palabras y las cosas II



¡Qué ganas tenía de que mi vista se topara con una letra o una palabra conocidas, qué deseo de aferrarme a ellas, respirar con alivio, sentirme en casa, a mis anchas, pero en vano! Todo era ilegible, incomprensible, inescrutable. Aquello no dejaba de parecerse a lo que había vivido en la India. Tampoco allí me había abierto paso entre la espesura de los alfabetos hindúes que inundaban el país. Y si hubiera ido a otro lugar, ¿acaso no habría encontrado barreras semejantes? Y, hablando en términos mucho más generales, ¿de dónde ha salido toda esa alfabético-lingüística torre de Babel? ¿Cómo nace un alfabeto? Tiempo ha, en sus mismísimos comienzos, debió de haber partido de algún signo. Alguien dibujó un signo para recordar algo. O para transmitir ese algo a otros. O para conjurar un objeto o un territorio. Pero ¿por qué un mismo objeto lo representa la gente con signos del todo diferentes? El hombre, la montaña y el árbol tienen un aspecto muy parecido en el mundo entero y, sin embargo, cada alfabeto les asigna signos, símbolos y letras diferentes. ¿Por qué? ¿Por qué ese primer ser, primero en todas las culturas, al querer describir una flor tira una línea vertical, otro traza un círculo y el tercero, dos líneas y un cono? Y las decisiones en torno a todo esto, ¿se toman individual o colectivamente? ¿Se discuten antes? ¿Se debaten junto al fuego? ¿Se toman en un consejo familiar? ¿En una asamblea de la tribu? ¿Se pide consejo a los ancianos? ¿A los curanderos? ¿A los adivinos?

Viajes Con Herodoto por Ryszard Kapuscinski

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