viernes
La vidas posibles
En esta fase de afodistismo original, cada hembra pertenecía igualmente a todos los machos y cada macho a todas las hembras. Y según los gustos o caprichos del momento: cada macho pertenecía igualmente a todos los machos y cada hembra a todas las hembras. De ese modo, cuando nacía una criatura no se sabía si era un hijo, un hermano, un nieto, las tres cosas a la vez o ninguna. Mucho peor aún, empezaron a nacer niños con escamas, como si la Naturaleza hubiera empezado a tambalearse y en lugar de traer al mundo a seres humanos hechos y derechos, hubiera comenzado a sacar de la galera especies de otras épocas geológicas.
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A partir de ese momento, quedaba terminantemente prohibido practicar el comercio carnal entre padres e hijos, hermanos y hermanas (no así entre primos colaterales cruzados, que pudieron aprovechar sin culpas ese vacío legislativo).
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Ahí donde la mayoría de las lenguas, para expresar lo que sucede ahora, antes o después, se empeñaban en declinar verbos hasta el agotamiento, o imponían la compañía paternalista de un verbo auxiliar, la lengua dixie se las arreglaba agregando, según las circunstancias, prefijos lunares o solares a los sustantivos.
La forma que adopta el mundo es la forma murmurada por el lenguaje. Era un verdadero alivio, declaró Mr. Wirthmore, que convivió con los dixies durante veintiocho días, vivir en un mundo sin tiempo. Los dixies desconocían el engorroso problema de definir algo que, cuando no me lo preguntan, sé lo que es, pero cuando me lo preguntan, dejo de saberlo.
Retaceo de La extinción de las especies de Vecchio
El presente es el museo del futuro
Los apaches no eran apaches. Los apaches se nombraban a sí mismos, según las circunstancias. Tinneh, Inde, Dinde o N´de (no estoy seguro de la grafía). Apaches era un nombre que les habían dado los zuñis (que por otro lado tampoco se llamaban zuñis sino ashiwis), sus ancestrales enemigos, y en esa lengua zuñi apache quería decir precisamente enemigo. Si esto sucedía con el nombre, no era muy difícil de adivinar lo que podía llegar a ocurrir con el resto. Las costumbres atribuibles a los apaches eran puras mentiras inventadas por sus adversarios.
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Así como se estudiaba pormenorizadamente la vida de las estrellas que titilaban en la bóveda celeste, erigiendo telescopios en medio del desierto, ¿por qué no hacer lo mismo con esas tribus, condenadas a desaparecer en breve, que vivían en nuestro mismo planeta, a unas horas de nuestro hogar en tren? Los astros no hablan, pero siempre retornan al mismo punto. Marte y Venus seguirán trazando la misma elipse alrededor del sol cuando estas maneras de pensar, hablar, percibir colores y moler maíz se hubieran esfumado para siempre, llevándose consigo informaciones esenciales para comprender la historia de la humanidad
Vecchio en La extinción de las especies
Ceremonia de Llanto por las Imperfecciones de la Vida
Cuando un miembro de la tribu moría, el nombre del difunto era suprimido de la lengua y nunca más podía ser pronunciado.
Los apaches jicarillas tenían prohibido expresar ciertas emociones. Podían reírse, enojarse, alegrarse, entristecerse, tener miedo o sentir asco, pero de ningún modo llorar. El llanto era una emoción tabú. El niño que se caía y se golpeaba, la mujer que era abandonada por su marido, el anciano que no podía levantarse porque le dolían todos los huesos, habían de contener las ganas de llorar hasta el solsticio de invierno, en que se celebraba solemnemente la Ceremonia de Llanto por las Imperfecciones de la Vida.
Fragmento de (te quiero mucho) La extinción de las especies de Diego Vecchio
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