viernes

La ley de la ferocidad y la sutileza del amor

Vine hasta acá a copiar fragmentos que quería repasar de un libro, que quería tenerlos a un click de distancia de releerlos mil veces si me diera la ganas. Es feriado, por eso tengo el tiempo y la frescura de espíritu para darme este tipo de lujos, a la vez, el mundo apurado hace que nos de un poco de pereza dedicarnos de lleno a este tipo de actividades, así que yo, empecé a pensar que fragmento iba a copiar (por ende, cuales no), porque no son párrafos, son pequeños mundos que dibuja el autor (no es fácil replicar mundos, aun si son pequeños). El de las palomas en la terraza, el pan con veneno, el de la bicicleta y el taller del padre, el de las propiedades magicas del jengibre, el dialogo con el taxista que no quiere cruzar el puente Pueyrredón. El de la bicicleta parecía ganar. Y de repente me empezó a pasar algo que podria verse como contradictorio. Me dio mucha pena los fragmentos que no iba a escribir (o era culpa? casi siempre también es culpa, es como la ración de papas fritas de mis emociones) y a la vez, me dio fiaca escribir el que tocaba. Esta historia tiene dos desenlaces:

1. Me di cuenta, que aunque decía que no me había gustado tanto este libro como el anterior de Ramos, fue la vez que más veces envie fotos con fragmentos de la novela a distintas personas. Como si el libro hablaba de todo lo que me estaba pasando, de todo lo que había hablado con amigos, de lo que ni había llegado a pensar pero al leerlo me di cuenta de que estaba tan de acuerdo. Y todo eso me llevó a pensar en el amor, que un poco se trata de eso no? no necesariamente es una explosión de fuegos artificiales de colores (como me fue el primer libro de Ramos que leí) sino que es la constancia tímida de querer atesorar cerca lo más que se pueda, de querer compartirse, de que parece que todo lo que existe en el globo se relaciona con el objeto amado.
2. Encontré el libro entero digitalizado, con tan solo un ctrl F podía transcribir todas las partes del libro sin mayor esfuerzo. Lo pueden ver aquí (otra conclusión, quien mucho abarca....)


Las leyes de la soledad


Con el Nescafé listo voy de la cocina al estudio de adelante. Estoy cómodo. Me sobran los lugares. Estoy solo también. No sé bien qué sentido exacto le quiero dar a estas palabras. Estoy solo y no es una queja, tampoco es una situación de la cual me sienta particularmente orgulloso. Lo importante es que es la soledad y no otra cosa quien me dicta la escritura. Poco a poco, tomándose todo el tiempo para comprobar que no voy a traicionarla

Fragmento de La ley de la ferocidad de Pablo Ramos

domingo

Dialogo paterno-filial



La única posibilidad de que dijera algo más que monosílabos era que estuviese picado por el vermú. Pero tampoco era de esperar que se largara con un discurso. Una sola vez me contó una anécdota completa. En general decía frases cortas que (supongo) suponía reveladoras. Como si todos los demás tuviésemos en la cabeza lo mismo que él tenía en la cabeza. Estábamos acodados al mostrador y de golpe fruncía el ceño, tomaba un trago corto, de esos que suelen tomar los alcohólicos sociales, giraba la cabeza y me decía algo venido de la nada, “el tiempo de mi viejo fue un tiempo de aires”

O, apenas nos veíamos, después de diez o quince días de ni siquiera llamarnos por teléfono, lo saludaba con un simple cómo estás y él me contestaba: “Un día vas a ver las cosas de otro modo”. De qué cosas hablaba, qué había querido decir con eso de un tiempo de aires. Imposible saberlo. Otra vez dijo: “Si para el pobre no hubo justicia hasta que llegó Perón”. No venía al caso de nada, de hecho estábamos en un mercado comprando todo lo que hacía falta para una carbonada que se iba a hacer en el club y me dijo eso, o mejor dicho, lo dijo. Pensé que el si inicial de la frase lo delataba. No hablaba conmigo, sus palabras eran una respuesta a un diálogo que se desarrollaba en su interior exteriorizado por una casualidad de las vías respiratorias. Al principio, cuando ocurrían estas cosas, me enfurecía y trataba de poner en evidencia, frente a las demás personas, eso que yo pensaba era la locura de mi padre. Pero mi desventaja era justamente ésa: él era mi padre. Entonces fui cayendo en la trampa y, casi sin darme cuenta, comencé a relacionar las frases de varias maneras. Como un juego, unía una frase dicha un mes atrás con otra reciente, con otra que recordaba de hacía algunos años, o con otras que yo inventaba para unir a las demás y darle a todo un sentido al menos general. Darle a mi padre un sentido al menos general.

En "La ley de la ferocidad" de Pablo Ramos

Nadie elige lo peor porque sí


Nadie podía imaginar cómo ni por qué se encendía mi padre. Mucho menos éramos capaces de adivinar cuándo eso podía suceder. Podía empezar arrojando un plato contra la pared, en medio de una cena, por algo que le pasaba por la cabeza y que mi madre se encargaba de activar con una palabrita que diera en la tecla y acabara por detonar la bomba. En esas ocasiones mi padre tenía el semblante que imagino habrá tenido Moisés cuando al bajar del monte Sinaí, cargado del peso de la Ley, vio que su familia, sus amigos, su pueblo, no habían podido esperarlo y ya estaban adorando a un nuevo dios. Nunca se preguntó ni les preguntó si les pasaba algo. Porque algo les tuvo que haber pasado. Nadie elige lo peor porque sí. ¿Su gente no había podido esperar o aprovecharon que él se había ido para relajarse un poco, para descomprimir su padecimiento y festejar que estaban vivos? Inventaron un dios que se pudiera tocar, uno que en definitiva les permitiera la alegría y el desenfreno, la orgía, la embriaguez, y los despojara de sentir culpa por ser lo que eran: esclavos, pobres, vagabundos perdidos en un desierto interminable por un tiempo interminable. Obligados a agradecer el maná diario: una baba repugnante que no podía llenar el estómago de un hombre más que de asco y desolación. Las leyes de Yahvé eran demasiado duras y ellos inventaron un dios (porque un dios hay que tener) que casi no tenía leyes y las pocas que tenía eran tan humanas, tan inmundas y humanas que a nadie le hubiera costado ni un mínimo esfuerzo cumplirlas.

Fragmento de "La ley de la ferocidad" de Pablo Ramos

Intuición

Intuir. In TU ir: ir adentro tuyo

Caer en el amor


Durante un tiempo, el cuerpo de Oscar fue mi única casa, el único lugar del mundo. Luego tuvimos un hijo. Y luego nos conocimos. Uno intenta actuar como un animal de la selva, guiándose por el instinto, la piel, los ciclos de la luna, respondiendo sin demora y con agradecimiento y cierto alivio a las exigencias de todo lo que no necesita pensarse porque el cuerpo o las estrellas ya lo han pensado y decidido por nosotros, pero siempre llega el día en que es necesario ponerse de pie y empezar a hablar. Lo que en teoría, solo ocurrió una vez en la historia de la humanidad, dejar de ir en cuatro patas, ponerse de pie y empezar a pensar, a mi me ocurre cada vez que aterrizo del amor

en También esto pasará de Milena Busquets Tusquets.

La contundencia del querer

Siempre he pensado que los que dicen "te quiero mucho", en realidad te quieren poco, o tal vez añaden el "mucho", que en este caso significa "poco", por timidez o por miedo a la contundencia del "te quiero". El "mucho" hace que el "te quiero" se convierta en algo apto para todo publico, cuando, en realidad, nunca lo es. "Te quiero", las palabras mágicas que pueden convertirte en un perro, un dios, un chiflado, una sombra.  





Riachuelo e idiosincrasia


Detrás de esas fachadas, que eran mascarones, vivían los pobres de la ciudad. Y en las dos orillas del Riachuelo miles de personas habían construido sus casas en los terrenos vacíos (...) Desde el puente se podía ver la extensión del caserío: rodeaba el río negro y quieto, lo bordeaba y se perdía de vista donde el agua formaba un codo y se iba en la distancia, junto a las chimeneas de fabricas abandonadas. Hacía años, también, que se hablaba de limpiar el Riachuelo, ese brazo del Río de la Plata que se metía en la ciudad y luego se alejaba hacia el sur, elegido durante un siglo para arrojar desechos de todo tipo, pero, sobre todo, de vacas. Cada vez que se acercaba al Riachuelo, la fiscal recordaba la historia que contaba su padre, trabajador durante un tiempo muy corto de los frigoríficos orilleros: cómo tiraban al agua los restos de carne y huesos y la mugre que traía el animal desde el campo, la mierda, el pasto pegoteado. "El agua se ponía roja", decía. "A la gente le daba miedo".

También le explicaba que ese olor a Riachuelo, profundo y podrido, que con cierto viento y la humedad constante de la ciudad podría flotar en el aire durante días, lo causaba la falta de oxígeno del agua. La anoxia, La materia orgánica se come el oxigeno de los líquidos. El río negro que bordeaba la ciudad básicamente estaba muerto, en descomposición: no podía respirar. Era el río más contaminado del mundo, aseguraban los expertos. Quizá hubiese alguno en China con el mismo grado de toxicidad: el único lugar del mundo comparable. Pero China era el país más industrializado del mundo: Argentina había contaminado ese río que rodeaba la capital, que hubiese podido ser un paseo hermoso, casi sin necesidad, casi por gusto.

Que a sus orillas se hubiese construido ese caserío, la Villa Moreno, deprimía a Marina. Solo gente muy desesperada se iba a vivir ahí, al lado de esa fetidez peligrosa y deliberada.

(...)

Durante años pensé que este río podrido era parte de nuestra idiosincrasia , ¿entendés? Nunca pensar en el futuro, bah, tiremos toda la mugre acá, ¡se la va a llevar el río! Nunca pensar en las consecuencias, mejor dicho. Un país de irresponsables. Pero ahora pienso diferente Marina. Fueron muy responsables todos los que contaminaron este río. Estaban tapando algo, ¡no querían dejarlo salir y lo cubrieron de capas de aceite y barro! ¡Hasta llenaron el río de barcos! ¡Los dejaron estancados ahí!
- De qué estas hablando.
-No te hagas la estúpida. Nunca fuiste estúpida. Los policías empezaron a tirar gente al agua porque ellos sí son estúpidos. Y la mayoría de los que tiraron se murieron, pero varios lo encontraron. ¿Sabés lo que viene acá? La mierda de las casas, toda la mugre de los desagües, ¡todo! Capas y capas de mugre para mantenerlos muerto o dormido. Y funcionaba hasta que empezaron a hacer lo impensable; nadar bajo el agua negra.

Mariana Enriquez - "Las cosas que perdimos en el fuego"