domingo

Dialogo paterno-filial



La única posibilidad de que dijera algo más que monosílabos era que estuviese picado por el vermú. Pero tampoco era de esperar que se largara con un discurso. Una sola vez me contó una anécdota completa. En general decía frases cortas que (supongo) suponía reveladoras. Como si todos los demás tuviésemos en la cabeza lo mismo que él tenía en la cabeza. Estábamos acodados al mostrador y de golpe fruncía el ceño, tomaba un trago corto, de esos que suelen tomar los alcohólicos sociales, giraba la cabeza y me decía algo venido de la nada, “el tiempo de mi viejo fue un tiempo de aires”

O, apenas nos veíamos, después de diez o quince días de ni siquiera llamarnos por teléfono, lo saludaba con un simple cómo estás y él me contestaba: “Un día vas a ver las cosas de otro modo”. De qué cosas hablaba, qué había querido decir con eso de un tiempo de aires. Imposible saberlo. Otra vez dijo: “Si para el pobre no hubo justicia hasta que llegó Perón”. No venía al caso de nada, de hecho estábamos en un mercado comprando todo lo que hacía falta para una carbonada que se iba a hacer en el club y me dijo eso, o mejor dicho, lo dijo. Pensé que el si inicial de la frase lo delataba. No hablaba conmigo, sus palabras eran una respuesta a un diálogo que se desarrollaba en su interior exteriorizado por una casualidad de las vías respiratorias. Al principio, cuando ocurrían estas cosas, me enfurecía y trataba de poner en evidencia, frente a las demás personas, eso que yo pensaba era la locura de mi padre. Pero mi desventaja era justamente ésa: él era mi padre. Entonces fui cayendo en la trampa y, casi sin darme cuenta, comencé a relacionar las frases de varias maneras. Como un juego, unía una frase dicha un mes atrás con otra reciente, con otra que recordaba de hacía algunos años, o con otras que yo inventaba para unir a las demás y darle a todo un sentido al menos general. Darle a mi padre un sentido al menos general.

En "La ley de la ferocidad" de Pablo Ramos

Nadie elige lo peor porque sí


Nadie podía imaginar cómo ni por qué se encendía mi padre. Mucho menos éramos capaces de adivinar cuándo eso podía suceder. Podía empezar arrojando un plato contra la pared, en medio de una cena, por algo que le pasaba por la cabeza y que mi madre se encargaba de activar con una palabrita que diera en la tecla y acabara por detonar la bomba. En esas ocasiones mi padre tenía el semblante que imagino habrá tenido Moisés cuando al bajar del monte Sinaí, cargado del peso de la Ley, vio que su familia, sus amigos, su pueblo, no habían podido esperarlo y ya estaban adorando a un nuevo dios. Nunca se preguntó ni les preguntó si les pasaba algo. Porque algo les tuvo que haber pasado. Nadie elige lo peor porque sí. ¿Su gente no había podido esperar o aprovecharon que él se había ido para relajarse un poco, para descomprimir su padecimiento y festejar que estaban vivos? Inventaron un dios que se pudiera tocar, uno que en definitiva les permitiera la alegría y el desenfreno, la orgía, la embriaguez, y los despojara de sentir culpa por ser lo que eran: esclavos, pobres, vagabundos perdidos en un desierto interminable por un tiempo interminable. Obligados a agradecer el maná diario: una baba repugnante que no podía llenar el estómago de un hombre más que de asco y desolación. Las leyes de Yahvé eran demasiado duras y ellos inventaron un dios (porque un dios hay que tener) que casi no tenía leyes y las pocas que tenía eran tan humanas, tan inmundas y humanas que a nadie le hubiera costado ni un mínimo esfuerzo cumplirlas.

Fragmento de "La ley de la ferocidad" de Pablo Ramos

Intuición

Intuir. In TU ir: ir adentro tuyo

Caer en el amor


Durante un tiempo, el cuerpo de Oscar fue mi única casa, el único lugar del mundo. Luego tuvimos un hijo. Y luego nos conocimos. Uno intenta actuar como un animal de la selva, guiándose por el instinto, la piel, los ciclos de la luna, respondiendo sin demora y con agradecimiento y cierto alivio a las exigencias de todo lo que no necesita pensarse porque el cuerpo o las estrellas ya lo han pensado y decidido por nosotros, pero siempre llega el día en que es necesario ponerse de pie y empezar a hablar. Lo que en teoría, solo ocurrió una vez en la historia de la humanidad, dejar de ir en cuatro patas, ponerse de pie y empezar a pensar, a mi me ocurre cada vez que aterrizo del amor

en También esto pasará de Milena Busquets Tusquets.

La contundencia del querer

Siempre he pensado que los que dicen "te quiero mucho", en realidad te quieren poco, o tal vez añaden el "mucho", que en este caso significa "poco", por timidez o por miedo a la contundencia del "te quiero". El "mucho" hace que el "te quiero" se convierta en algo apto para todo publico, cuando, en realidad, nunca lo es. "Te quiero", las palabras mágicas que pueden convertirte en un perro, un dios, un chiflado, una sombra.  





Riachuelo e idiosincrasia


Detrás de esas fachadas, que eran mascarones, vivían los pobres de la ciudad. Y en las dos orillas del Riachuelo miles de personas habían construido sus casas en los terrenos vacíos (...) Desde el puente se podía ver la extensión del caserío: rodeaba el río negro y quieto, lo bordeaba y se perdía de vista donde el agua formaba un codo y se iba en la distancia, junto a las chimeneas de fabricas abandonadas. Hacía años, también, que se hablaba de limpiar el Riachuelo, ese brazo del Río de la Plata que se metía en la ciudad y luego se alejaba hacia el sur, elegido durante un siglo para arrojar desechos de todo tipo, pero, sobre todo, de vacas. Cada vez que se acercaba al Riachuelo, la fiscal recordaba la historia que contaba su padre, trabajador durante un tiempo muy corto de los frigoríficos orilleros: cómo tiraban al agua los restos de carne y huesos y la mugre que traía el animal desde el campo, la mierda, el pasto pegoteado. "El agua se ponía roja", decía. "A la gente le daba miedo".

También le explicaba que ese olor a Riachuelo, profundo y podrido, que con cierto viento y la humedad constante de la ciudad podría flotar en el aire durante días, lo causaba la falta de oxígeno del agua. La anoxia, La materia orgánica se come el oxigeno de los líquidos. El río negro que bordeaba la ciudad básicamente estaba muerto, en descomposición: no podía respirar. Era el río más contaminado del mundo, aseguraban los expertos. Quizá hubiese alguno en China con el mismo grado de toxicidad: el único lugar del mundo comparable. Pero China era el país más industrializado del mundo: Argentina había contaminado ese río que rodeaba la capital, que hubiese podido ser un paseo hermoso, casi sin necesidad, casi por gusto.

Que a sus orillas se hubiese construido ese caserío, la Villa Moreno, deprimía a Marina. Solo gente muy desesperada se iba a vivir ahí, al lado de esa fetidez peligrosa y deliberada.

(...)

Durante años pensé que este río podrido era parte de nuestra idiosincrasia , ¿entendés? Nunca pensar en el futuro, bah, tiremos toda la mugre acá, ¡se la va a llevar el río! Nunca pensar en las consecuencias, mejor dicho. Un país de irresponsables. Pero ahora pienso diferente Marina. Fueron muy responsables todos los que contaminaron este río. Estaban tapando algo, ¡no querían dejarlo salir y lo cubrieron de capas de aceite y barro! ¡Hasta llenaron el río de barcos! ¡Los dejaron estancados ahí!
- De qué estas hablando.
-No te hagas la estúpida. Nunca fuiste estúpida. Los policías empezaron a tirar gente al agua porque ellos sí son estúpidos. Y la mayoría de los que tiraron se murieron, pero varios lo encontraron. ¿Sabés lo que viene acá? La mierda de las casas, toda la mugre de los desagües, ¡todo! Capas y capas de mugre para mantenerlos muerto o dormido. Y funcionaba hasta que empezaron a hacer lo impensable; nadar bajo el agua negra.

Mariana Enriquez - "Las cosas que perdimos en el fuego"

sábado

ELOGIO DEL CRIMEN, por Karl Marx





El filósofo produce ideas, el poeta poemas, el cura sermones, el profesor compendios, etc. El delincuente produce delitos. Fijémonos un poco más de cerca en la conexión que existe entre esta última rama de producción y el conjunto de la sociedad y ello nos ayudará a sobreponemos a muchos prejuicios. El delincuente no produce solamente delitos: produce, además, el derecho penal y, con ello, al mismo tiempo, al profesor encargado de sustentar cursos sobre esta materia y, además, el inevitable compendio en que este mismo profesor lanza al mercado sus lecciones como una “mercancía”

(...)


No sólo produce manuales de derecho penal, códigos penales y, por tanto, legisladores que se ocupan de los delitos y las penas; produce también arte, literatura, novelas e incluso tragedias, como lo demuestran, no sólo La culpa de Müllner o Los bandidos de Schiller, sino incluso el Edipo [de Sófocles] y el Ricardo III [de Shakespeare]. El delincuente rompe la monotonía y el aplomo cotidiano de la vida burguesa. La preserva así del estancamiento y, provoca esa tensión y ese desasosiego sin los que hasta el acicate de la competencia se embotaría. Impulsa con ello las fuerzas productivas. El crimen descarga al mercado de trabajo de una parte de la superpoblación sobrante, reduciendo así la competencia entre los trabajadores y poniendo coto hasta cierto punto a la baja del salario, y, al mismo tiempo, la lucha contra la delincuencia absorbe a otra parte de la misma población.


(...)


Podríamos poner de relieve hasta en sus últimos detalles el modo como el delincuente influye en el desarrollo de la productividad. Los cerrajeros jamás habrían podido alcanzar su actual perfección, si no hubiese ladrones. Y la fabricación de billetes de banco no habría llegado nunca a su actual refina-miento a no ser por los falsificadores de moneda. El microscopio no habría encontrado acceso a los negocios comerciales corrientes (véase Babbage) si no le hubiera abierto el camino el fraude comercial. Y la química práctica, debiera estarle tan agradecida a las adulteraciones de mercancías y al intento de descubrirlas como al honrado celo por aumentar la productividad.


El delito, con los nuevos recursos que cada día se descubren para atentar contra la propiedad, obliga a descubrir a cada paso nuevos medios de defensa y se revela, así, tan productivo como las huelgas, en lo tocante a la invención de máquinas. (...) ¿Y no es el árbol del pecado, al mismo tiempo y desde Adán, el árbol del conocimiento? 

Viva el chusma!

La sociología es develar la potencia política de lo cotidiano.
Esta nota habla de la importancia revolucionaria y libertaria del conventillear, leanlá



martes

ISO 9001



- ¿A qué se refiere?
- A la voluntad -dijo él-. Cuando dije "voluntad" me refería a la buena voluntad.¿se entiende?
- Se entiende, decir mala voluntad es como decir amor propio. Calificar una virtud es igual que negarla.
Pablo Ramos en Hasta que puedas quererte solo 

Hasta que puedas quererte solo



Casi siempre un adicto, un alcohólico, sabe exactamente por qué vuelve a consumir. Hasta se podría decir que, en silencio, su mente lo planea y va concediendo terreno a una idea que en principio es un germen, algo pequeño y a priori inofensivo, pero que está destinado a crecer como una planta, una planta carnívora. Es una idea simple, instalada en la tierra fértil de una mente obsesiva, la mente de un adicto: “Esta vez va a ser distinto”. Y la idea crece, lógica y coherente. Porque es lógico y coherente pensar así, ya que si otro puede, ¿por qué no voy a poder yo? Y entonces la planta despliega sus tallos y nace una ilusión: “Todo está bajo control”. Y ese control ilusorio, o esa ilusión de control, despliega también sus tallos y sus hojas y se expande hacia todos los aspectos de nuestra vida con una energía ingobernable y letal. Más o menos rápido según las personas, según las circunstancias, pero igual de feroz al final del trayecto: todos los adictos sabemos cómo empezamos, ninguno de nosotros sabe cómo ni cuándo va a terminar.

Escribir es, entre otras cosas, civilizar el dolor. Y yo, que alguna vez me sentí un deficiente moral, un ser perverso que sufría y hacia sufrir a los demás, un día escuché con alivio la palabra “enfermedad”. Que tenía una enfermedad es lo que escuché; y que la enfermedad podía tratarse, y que el consumo compulsivo podía parar. Jamás había pensado, hasta ese día, que la palabra “enfermedad” podía hacerme suspirar de alivio. Y escuché, durante horas y en silencio, a esos compañeros que hablaban de tres, cuatro, cinco, diez, quince años sin drogas ni alcohol. ¿Años sin drogas ni alcohol? La vida sin drogas ni alcohol es imposible, aburrida, sin sentido, mejor morir, mejor seguir igual, mejor sufrir que disfrutar de la vida sin drogas ni alcohol. ¿Cómo es eso? ¿Mejor sufrir que disfrutar de la vida sin drogas ni alcohol? Así de grande es el problema, así de sutil la locura, así de oscura la condición del alma, así de incurable la enfermedad que doblega al adicto.


Escribo estas palabras con las manos endurecidas. El cuerpo tiene sed y el alma se siente sola, pero me siento mejor al rememorar las palabras de mi anfitrión, las palabras que me dijo el compañero cincuentón, ese que el azar quiso que yo nunca volviera a ver, ese del cual no recuerdo casi nada, excepto el bronceado y el oro falsos. “Pase lo que pase vos vení”, me dijo, “que acá te vamos a querer, hasta que puedas quererte solo”.