Una pregunta obvia ¿Qué hacen los sociólogos? (Claudio Fernández , sociólogo)
Para poder responder a esta pregunta, una pregunta obvia aunque también una pregunta obscena, antes tendríamos que conocer el campo de investigación, acción y aplicación de la sociología como ciencia moderna. Para esto sólo bastará con hacer un click en algún punto nodal de la maraña informática, wikipedia dará su respuesta, después de todo estamos en la era de las comunicaciones y el conocimiento. ¿O no? Pues bien, digámoslo de una vez, todo sociólogo sabe bien cuál es su campo de acción laboral y tiene bien claro cuáles son las herramientas con la que cuenta para llevar a cabo su trabajo, sin embargo nadie sabe bien cuál es su “ocupación”. Ese es un problema (especialmente para el sociólogo y su familia) ya que en definitiva, como decía Marx, “no se puede vivir del amor”.
Quizás tratando de dar una respuesta alguien dijo por ahí que la sociología es la ciencia de lo obvio, y aunque parezca un absurdo creo que no estaba muy errado. Ahora bien ¿quién quiere conocer lo obvio? Nadie o casi nadie demanda una consulta de lo que es “obvio”. Se supone que lo obvio está ahí, es palpable, tangible, observable, sensible y por tanto no necesita explicación. Ese es el primer obstáculo para conocer la realidad social: suponerla, darla por sentado, creer, pensar y actual en consecuencia con el “sentido común”. Ese simpático sentido que todo lo simplifica y a toda suposición le llama “la realidad”, ese bendito y bendecido sentido necesita ser criticado, puesto en duda, desmitificado. Para saber bien qué tiene adentro “el sentido” es preciso deshacerlo, pulverizarlo o exponerlo con todas sus vísceras con la panza mirando el sol. Por ser una ciencia que se encarga de investigar “lo obvio” quizás muy pocos se interesen por ella. Pues si es así, se equivocan. Los problemas sociales son como un elefante en una habitación, para usar otra frase de cabecera, es así como hay obviedades tan gigantescas como insoportables, aunque no por eso fácil de explicar, discernir y de hecho muy difíciles de sondear.
La única verdad es la realidad (¿Hegel o Perón?) La realidad social es la más obvia de las realidades y sin embargo pocos la pueden entender. “El individuo” (antes de seguir deberíamos aclarar que “el individuo” es una metáfora de la desesperación y no se corresponde con ninguna categoría sociológica) está ensartado como bife de croto entre las estructuras que lo determinan y lo definen, indefenso y sólo en la mitad de la pampa de los sentidos, guiado por un fin o por un valor, y en última instancia condicionado por sus ingresos y sus egresos de dinero. Es casi una osadía que este cristiano un buen día se ponga a contemplar la realidad (ni hablar de criticarla), no tiene tiempo, no tiene recursos, no tiene ni idea por dónde empezar, está saturado de información, ciego de tanta ciencia alrededor. Es por esto que la existencia en sí, la existencia de “el individuo”, no tiene respuestas, preguntarse por “el por qué de la vida” es una zoncera filosófica, un “idiotismo metafórico”, todas las respuestas que el ser humano necesita están en lo social, en la existencia del individuo como sujeto social: un producto histórico que comenzó a reproducirse hace tres millones de años y aún hoy se sigue haciendo preguntas obvias.
A defensa de los sociólogos, y su mala fama, alguien podrá decir que lo que hace la sociología es estudiar a “la sociedad”. Si esta afirmación no lo fuera parecería un chiste, gracias, pero no nos ayuden más. La “sociedad” es otra de las metáforas encantadoras pero ponzoñosas que el sentido común utiliza como si fuera una categoría científica pero, “como todo el mundo sabe”, las metáforas no se pueden explicar. Decir que la sociedad tiene un problema, que está enferma o que se ha trasformado, evolucionado o degradado es lo mismo que decir cualquier cosa. Si el objeto de estudio de la sociología sería simplemente la “sociedad”, así como un todo, como si fuera “una cosa” e incluso lo tratáramos “como si fuera una cosa”, un objeto extraño y por lo tanto fácil de observar, no haría falta sociólogos, cualquier quinielero de barrio tendría las soluciones precisas para los flagelos más terribles y las explicaciones más interesantes sobre los fenómenos más extraños.
Aunque esto último parezca una humorada, más de una vez nos encontramos en reuniones sociales en dónde cada participante (invitado al asado) tiene una teoría, elabora hipótesis, desprende conjeturas, tira datos y saca sus propias conclusiones de cualquier problema social, como si al análisis de la “violencia en las escuelas”, “el maltrato infantil” o “las violaciones intrafamiliares” se lo pudiera equiparar al mal funcionamiento del carburador de un auto. Si entre los presentes se encuentra un abogado nadie se animará a hablar “a boca de jarro” sobre leyes y juicios para no quedar como un leguleyo frente al facultativo, si la charla es de enfermedades coronarias todos escucharan con atención la explicación que dará el médico (mientras da vuelta los chinchulines en la parrilla) aunque no sea su especialidad, si se discute sobre tal o cual funcionalidad de la última obra pública el ingeniero dará su veredicto, hasta los contadores serán escuchados con atención si la charla se estira hacia la declaración de haberes o la compra de dólares. Pero cuando se charla sobre “la sociedad” y sus problemas todos estarán dispuestos a discutirle al sociólogo que ha sido invitado al asado, debatirán sus posturas, pondrán en duda sus conclusiones, sospecharán que su marco teórico se haya ideologizado y lo tildaran de zurdo o de fascista según mejor se vea. Pero también ¿a quién se le ocurre buscarle explicaciones tan complejas a algo que “es tan obvio”?
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