domingo

La devoción por los santos y la cuestión social

Las prácticas mágicas son un lenguaje y un modo de vínculo cotidiano de muchos grupos sociales donde la acción individual se extiende en una red dispersa de “influencias” que van más allá de la imagen moderna del individuo entendido como un sujeto autónomo y autosuficiente. Son parte importante de su engranaje sociocultural en la medida en que dan cuenta de una trama amplia de concepciones integradas de la vida social donde no es fácil separar las “esferas” de lo corporal, lo anímico, lo sagrado, la familia, el trabajo o la política. La magia se encuentra sobre todo en las sociedades indígenas, el mundo campesino y sectores populares urbanos, pero no es exclusiva de esos colectivos.

La idea de que el control de la vida cotidiana recae en la responsabilidad individual de las personas es relativa a una concepción del mundo parcialmente presente en los sectores ilustrados (...)

La centralidad de las prácticas mágicas ha sido y sigue siendo fuertemente invisibilizada y condenada moralmente en la Argentina. Identificada durante décadas con la imagen de lo “tradicional”, lo “atrasado”, lo “arcaico” e incluso lo “folclórico”, la imagen pública de la magia se encuentra en sintonía con una autoconcepción de la nación como sinónimo de lo “civilizado”, “ilustrado”, “secular” e incluso con marcadores étnicos: la Argentina culta y secular es también blanca. Aun cuando esa autopercepción de lo nacional se articula con lo religioso, lo hace de la mano de un catolicismo romanizado que se suma a la estigmatización ilustrada de lo mágico. Si bien la cacería de brujas del catolicismo colonial no existe en la actualidad, la persecución continúa por otros medios en la invisibilización y la ridiculización que regulan lo religiosamente aceptado y tolerable.

Ya no es la Iglesia Católica solamente la que persigue a la magia, sino la alianza entre aquélla y el Estado secular, por medio de dispositivos cotidianos y capilares como los medios de comunicación o el saber médico-psicológico. Se dice, por ejemplo, que la magia es resultado de la “ignorancia” o la falta de educación, como si una explicación naturalista de la aflicción y el bienestar fuese moralmente más elevada y no una más entre otras posibles. Se dice que la magia es consecuencia de la “crisis económica” o la “crisis social”, como si sólo fuera un recurso válido en condiciones excepcionales y no el modo habitual en que un grupo social intenta resolver el malestar producido por la incertidumbre de la vida cotidiana. Se dice también que la magia es consecuencia de la desinstitucionalización de la religión, como si lo religioso fuese idealmente una estructura eclesial y la magia una versión menor y degradada, cuando en realidad ninguna de las llamadas iglesias existiría sin un trasfondo mágico que le dé sentido.

San Cayetano en clave política

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