martes

Todo al 8 negro

Ultimamente siento que es el azar el que reina nuestras vidas, y cuando más esfuerzo hagamos para tomar las riendas de nuestra existencia, es solo para darnos cuenta de que no sabemos lo que el destino nos depara

Realismo mágico, el marketing del sur

"Cuando en 1492 Cristóbal Colón desembarcó en tierras de América fue recibido con gran alborozo y veneración por los isleños, que creyeron ver en él a un enviado celestial. Realizados los ritos de posesión en nombre de Dios y de la corona española, procedió a congraciarse con los indígenas, repartiéndoles vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento. Casi quinientos años después, los descendientes de esos remotos americanos decidieron retribuir la gentileza del Almirante y entregaron al público internacional otros vidrios de colores para su solaz y deslumbramiento: el realismo mágico. Es decir, ese tipo de relato que transforma los prodigios y maravillas en fenómenos cotidianos y que pone a la misma altura la levitación y el cepillado de dientes, los viajes de ultratumba y las excursiones al campo" - poeta chileno Oscar Hahn

Africanos por taringa?

"Todo el mundo conoce la fórmula de Hampaté Ba según la cual, en Africa, un viejo que se muere es una biblioteca que se quema" citado por Marc Augé en "Los no lugares" Con ese mismo criterio, prohibir que se bajen libros online es como matar a un viejo! Ohhhhh!!

Quisiera que esto dure para siempre

"Un estribillo de Trenet me acudía a menudo a la mente desde que, a media tarde, lo había oido por la radio, y me dije que la alusión a la "foto, vieja foto de mi juventud" no tendría, dentro de poco, sentido alguno para las generaciones futuras. Los colores del presente para siempre: la cámara congelador" -Marc Augé en "Los no lugares, espacios del anonimato"

lunes

Alguna vez quisiste ser otra persona?

Una pelicula hermosa porque agria y decadente. Todo el tiempo uno tiene la sensación de que se trata de una historia real (o de miles). Porque te deja con la reconfortante sensación de que no hay nada más patetico que seguir un sueño y eso nos pasa a todos, en el disfrute de nuestros pequeños patetismos ocultos. La recomiendo mucho! y más aun en el Gaumont en donde pagué 7 pesos por ver tan beningno film y salí feliz porque descubrí que tengo un colectivo en la puerta y que las cosas se puden poner de otro color de un día para otro

jueves

La gente es buena señoras y señores!

Una idea solidaria, creativa y rebosante de empatía! Esta página web http://www.ifoundyourcamera.net/ en la que se pueden subir fotos de cámaras o memorias encontradas o buscar las fotos de nuestras vacaciones si fuimos victimas de uno de esos garroooooones que a todos nos supo pasar. La gente es buena señores y señoras, es buena!

martes

Rosie la remachadora

Buen viaje!

Cualquier similitud con la realidad es pura coincidencia

Agradecemos aquí a Oliverio Girondo por la estetización y refinamiento del papelón cotidiano.
 Llorar a lágrima viva
 Llorar a chorros.
Llorar la digestión.
Llorar el sueño.
Llorar ante las puertas y los puertos.
Llorar de amabilidad y de amarillo.
Abrir las canillas, las compuertas del llanto.
Empaparnos el alma, la camiseta.
Inundar las veredas y los paseos, y salvarnos, a nado, de nuestro llanto.
Asistir a los cursos de antropología, llorando.
Festejar los cumpleaños familiares, llorando.
Atravesar el África, llorando.
Llorar como un cacuy, como un cocodrilo... si es verdad que los cacuyes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar.
 Llorarlo todo, pero llorarlo bien.
Llorarlo con la nariz, con las rodillas.
Llorarlo por el ombligo, por la boca.
Llorar de amor, de hastío, de alegría.
Llorar de frac, de flato, de flacura.
Llorar improvisando, de memoria.
¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

lunes

Sherlock Holmes y la neurociencia: ¿por qué las historias de detectives son una iniciación inmejorable a la lectura?

La insaciable búsqueda de orden y patrones que caracteriza al cerebro humano hace de las historias de detectives (cuyo fin es la restitución de la normalidad social) una puerta de entrada ancha y cómoda para iniciarse en la lectura.
En alguno de sus libros el historiador inglés Eric Hobsbawm asegura que el género detectivesco es uno de los más conservadores en la historia de la literatura, incluso en sentido político, pues todos sus recursos, sus resortes y el motor de su movimiento narrativo están orientados a una sola meta: restituir el orden social. Un asesinato, un robo, un crimen de cualquier índole, representan ofensas a una sociedad que entrega al detective ―tácita, ingratamente― la misión de reparar el daño, de devolver todo a la normalidad del statu quo y el establishment. Esta tesis, que quizá no necesite mayor demostración, podría apoyarse en otras ideas que Michel Foucault desarrolla a lo largo de su ya clásico Vigilar y castigar.

Por ejemplo, si tomamos en cuenta que el llamado género policiaco nace a mediados del siglo XIX con la publicación de “Los crímenes de la calle Morgue” de Poe y que pocas décadas después este modelo se volvería canónico con el inusitado éxito de Sherlock Holmes, parece coherente que dicha celebración del orden sea una manifestación en la literatura del amplio proceso epistémico animado por la noción de disciplina y vigente desde al menos un par de siglos antes. Hacia el final de los 1800, este complejo movimiento social, individual y fundamentalmente de la obtención del saber, había adquirido la suficiente sutileza como para colarse a las actividades del ocio, el placer y el tiempo libre ―entre estas, la escritura y la lectura. Así podría explicarse, socialmente, por qué dichas narraciones han sido tan populares incluso desde sus inicios.

Pero en la actualidad podrían añadirse causas más profundas que se remiten a la naturaleza más irrenunciable del ser humano, especialmente a la luz de las revelaciones que la neurociencia va haciendo sobre el funcionamiento de nuestro cerebro y los mecanismos elementales que este pone en marcha para aprehender la realidad. Hablando de música, el ensayista Jonah Lehrer, uno de los divulgadores más destacados de los avances contemporáneos en neurociencia, propone que la posible “tensión en la emoción” que sobreviene cuando nos enfrentamos a una obra musical obedece a uno de los rasgos más fundamentales de nuestro cerebro: “La estructura de la música refleja la tendencia del cerebro humano a buscar patrones”, escribe Lehrer en uno de los capítulos de su Was Proust a Neuroscientist, y explica (cito la traducción al español existente): La música empieza realmente cuando los distintos tonos se funden en un patrón determinado. Esto es consecuencia de las limitaciones propias del cerebro.

La música es una agradable inundación de información. Siempre que un ruido excede nuestras capacidades de procesamiento —no podemos descifrar la multiplicidad de ondas sonoras que percuten contra nuestras células filamentosas—, la mente se rinde. No intenta comprender las notas individuales, buscando en cambio comprender las relaciones entre las distintas notas. La corteza auditiva humana consigue esta hazaña utilizando su memoria a corto plazo del sonido (en el hemisferio posterior izquierdo) para descubrir patrones en el nivel mayor de la fase, del motivo y del movimiento. Esta nueva aproximación nos permite extraer orden de todas las notas que vuelan al azar por el espacio, y ya se sabe que el cerebro está obsesionado con el orden. Necesitamos de nuestras sensaciones para dar sentido. Este instinto psicológico —esta desesperada búsqueda neuronal de un patrón, de cualquier patrón— es la verdadera fuente de la música. Cuando escuchamos una sinfonía, oímos un ruido en movimiento, en el que cada nota se funde con la siguiente. El sonido parece un continuo.

Por supuesto, la realidad física nos dice que cada onda sonora es de hecho una cosa separada, tan discreta como las notas escritas en la partitura. Pero no es ésta la manera como experimentamos la música. Estamos continuamente haciendo abstracción de nuestros datos entrantes, inventando patrones con objeto de mantenernos al ritmo de los sucesivos embates de ruido. Y, una vez que el cerebro ha encontrado un patrón, empieza inmediatamente a hacer predicciones, a imaginar qué notas van a venir después. Con ello está proyectando un orden imaginario al futuro, transponiendo la melodía que acaba de oír en la melodía que esperaba. Cuando buscamos patrones de sonido, cuando interpretamos cada nota en términos de expectativas, estamos convirtiendo las migajas sonoras en el flujo y reflujo de una sinfonía. […] Pero antes de que un patrón pueda ser deseado por el cerebro, este debe haber hecho el esfuerzo de asimilarlo. La música solo nos excita cuando induce a la corteza auditiva a luchar por descubrir su orden. Si la música es demasiado obvia, si sus patrones están siempre presentes, resulta insoportablemente aburrida. Por eso los compositores introducen la nota tónica al principio de la canción y luego la evitan aplicadamente hasta el final. Cuanto más tiempo se nos niegue el patrón que esperamos, mayor será la liberación emocional que experimentaremos cuando este vuelva por sus fueros. La corteza auditiva se alegra. Ha encontrado el orden que estaba buscando. El fragmento es un tanto extenso pero describe muy bien esa búsqueda de orden que al parecer es consustancial a la estructura del cerebro humano. Algo que incluso guarda cierta semejanza con lo que el psicoanalista francés Jacques Lacan llamó la “naturaleza esencialmente paranoica del yo”: la búsqueda de signos y el ajuste de estos en marcos específicos donde todo, al relacionarse entre sí a partir de premisas subjetivas no necesariamente verdaderas, adquiere un sentido determinado.

En este punto la relación entre dicha característica del cerebro humano y las historias de detectives es manifiesta. Para comprobarlo bastaría dedicar un instante a preguntarnos qué nos sucede cuando leemos, qué momento de una narración nos provoca mayor placer y por qué causa: ¿no es cuando encontramos la clave que parece explicar todo lo que hasta entonces hemos leído? ¿Y qué símbolo más acabado de esta súbita revelación, eso que en el paradigma joyceano se conoce como epifanía, que el descubrimiento último del perpetrador de un crimen, de sus motivos y móviles, de la raison d’être de todos los indicios dejados en el transcurso de la operación criminal y que solo un observador atento tuvo el cuidado de recoger? ¿No es el detective un ingenioso reflejo metafórico del lector mismo? Ahora bien, se podrá objetar que el género policiaco no es, en sentido estricto, el único en que un continuum se rompe para después repararse. De hecho la noción de conflicto es uno de los pilares más inamovibles de la historia de la literatura y podrían citarse como ejemplos lo mismo una tragedia griega (en la cual la restitución del orden cósmico lesionado es la labor del héroe) que una narración moderna elegida al azar (excluyendo, quizá, los juegos formales al estilo noveau roman). Esto, por supuesto, es cierto, y no por nada se ha dicho que Edipo rey es el primer relato de detectives de la historia. A estos posibles reparos yo solo podría contestar que además de la evidente correspondencia de la estructura narrativa de las historias policiacas con la necesidad de orden del cerebro, se añade la simpleza del género, lo cual facilita aún más la iniciación en la lectura casi sin importar la edad. Y no lo digo, en modo alguno, peyorativamente. Por el contrario: me alegra que Conan Doyle, Chesterton, Dashiell Hammet o Raymond Chandler hayan sido grandes en su simpleza, legándonos un camino llano, una puerta ancha por la que cualquiera puede entrar sin timidez ni reverencias, sino más bien acercándose a la lectura con el desenfado del niño que toma un juguete por la simple razón de que este sirve para jugar.

 Quien avisa no traiciona, nota hurtada de: @saturnesco